Es bien sabido que un niño obeso con toda probabilidad se convertirá en un adulto obeso. Por eso, es muy importante que desde las edades más tempranas se asienten las bases de una buena alimentación.
Los hábitos alimentarios y los patrones de ingesta comienzan a establecerse en los primeros años de la niñez, a partir del segundo, y están consolidados antes de finalizar la primera década de la vida, persistiendo en gran parte en la edad adulta.
A partir del segundo año de vida, es cuando la familia tiene progresivamente más protagonismo en el diseño de su dieta y en su conducta alimentaria, lo que puede resultar beneficioso, pero también puede suponer un riesgo para la salud nutricional del niño.
Durante las primeras etapas de la escolarización, el niño expresa sus sentimientos de autonomía y trata de establecer su independencia, bien con el rechazo de algunos alimentos que antes le gustaban o insistiendo en comer únicamente una comida o un plato determinado. Las preferencias y aversiones del niño por ciertas comidas se configuran en gran parte en esta etapa de la vida.
Puesto que en la infancia se configuran los hábitos y preferencias alimentarias de cada uno, es importante establecer lo más pronto posible unos hábitos dietéticos que aseguren una ingesta rica y variada de alimentos con distintos nutrientes, texturas, colores y sabores, que le permitan una adecuada nutrición y un óptimo crecimiento, además de adquirir progresivamente preferencias alimentarias y una apropiada capacidad de selección.
"Esta entrada participa en la 1ª Edición del Carnaval de Nutrición"
Referencia: Tojo Sierra R, Leis Trabazo R. Nutrición del niño en la edad preescolar y escolar. En: Gil Hernández A. Tratado de Nutrición. Tomo III. CD-ROM. 327-365.
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